La carta a los
Gálatas contiene una violenta reivindicación del apostolado de Pablo y de su
doctrina, seguida de una reafirmación del evangelio como contradistinto de la
Ley y de la espiritualidad legalista.
Desde la primera frase afirma
categóricamente su calidad de apóstol (1,1) y en la introducción constata
indignado el cambio operado en los gálatas: han vuelto la espalda al único
evangelio. Para Pablo, sostener la necesidad de las observancias no es una
interpretación posible del evangelio del Mesías, sino una negación (1,6).
En la primera parte (1,11-2,21)
muestra Pablo la genuinidad de su vocación de apóstol, que no fue fruto de
catequesis ni de enseñanza, sino de una intervención de Dios en su vida cuando
estaba en el ápice de su saña contra los cristianos (1,11-16; Hch 9,1-9;
22,6-11; 26,12-18).
En la segunda (3,1-4,7) explica el
contenido esencial del evangelio: que la rehabilitación del hombre ante Dios se
alcanza por la entrega personal a Cristo que es la fe, no por la obediencia a
un código. Apela a la propia experiencia de los gálatas (3,2-6) y expone el
principio a partir del Antiguo Testamento, cuyo centro no es la Ley, sino la
promesa hecha a Abrahán (3,7-14); la Ley fue un expediente transitorio
(3,15-19a) y su carácter divino era relativo (3,19b-20). Con la fe, llega el
hombre a la mayoría de edad, libre de la opresión de la Ley, para responder a
Dios espontáneamente, como un hijo (3,21-4,7). La etapa de la Ley era infantil
y, en el fondo, una esclavitud a los determinismos del mundo (4,3).
La tercera parte (4,8-20) declara la
preocupación por la situación en Galacia, y la obra insidiosa de sus
detractores.
En la cuarta (4,21-6,10) prueba por
la Escritura la libertad a que Dios llama al hombre y que Cristo hace posible
(4,21-5,1), mostrando la incompatibilidad radical entre la libertad cristiana y
la observancia legalista enseñando el modo de usar esa libertad bajo la guía
del Espíritu de Dios (5,2-6,10).
En la posdata denuncia Pablo la
"hipocresía oficial" de los que exigen la profesión pública de unos
principios que aseguren la patente de ortodoxia, pero que en realidad nadie
observa (6,12-13), y pone su orgullo en la ruptura sin compromisos con la
maldad del mundo y con la opresión de la Ley, ruptura simbolizada por la Cruz
de Cristo (6,14-15; 1,4).
Es la única carta de Pablo que no
comienza por una bendición o acción de gracias a Dios (Rom 1,8-10; 1 Cor 4,9; 2
Cor 1,3-7;Fp 1,3-11; Col 1,3-8; 1 Tes 1,2-10; Flm 4-7), hecho revelador de la
indignación que sentía.
La carta a los Gálatas es el
manifiesto de la libertad cristiana, de ahí su importancia para toda época.
Pablo enseña que el crecimiento personal al que Dios llama al hombre no se
obtiene por la fidelidad meticulosa a un código de leyes o reglas, sino por el
uso responsable de la libertad. La Ley, social por naturaleza, no tiene en
cuenta lo peculiar de cada individuo ni lo estimula a desarrollarlo; regimenta
al hombre, lo masifica. La relación creadora del hombre no se establece con un
código, sino con Cristo, presente en lo profundo del ser (2,20).
Pablo reduce la Ley, siempre
impersonal, a un caso particular del influjo de las leyes ciegas o determinismos
de la naturaleza (4,3), incapaces de llevar al hombre a su plenitud (4,9;Col
2,8.18).
Su doctrina de la de la libertad
responsable, fruto del Espíritu. La libertad de toda coacción, de toda atadura
de preceptos, la obtuvo Jesús para el hombre (5,1); la responsabilidad (en
lenguaje teológico, amor a sí mismo y a los demás; 5,14) se identifica con el
interés activo por la libertad y el crecimiento humano y cristiano propio y del
prójimo. Ésta es la norma y la guía de la libertad (5,12); no es un código
escrito, sino el diálogo con el Espíritu de Dios: la iniciativa, la creatividad
propias del amor fraterno son opuestas a la uniformidad y extrinsecismo de la
Ley (5,18); y cualquier ley pierde su validez si sofoca la conducta guiada por
el Espíritu (5,23). La Ley es negativa, pretende evitar errores; pero producir
vida no es equivalente de evitar la muerte, y es privilegio del Espíritu de
Dios.
El mensaje de la carta es perenne:
también la fe cristiana está siempre en peligro de reducirse a una religiosidad
segura y esclavizada, cercada de leyes y observancias que impiden la atención a
la llamada del Espíritu (5,25).
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